La llegada a la maternidad me puso en una encrucijada: aferrarme a quien había venido siendo, costase lo que costase, o trascender el miedo a perderme y abrazar la transformación que estaba experimentando.
No hay un solo día que no me haya sentido agradecida de haber tomado este segundo camino. Y si estás leyendo este post, intuyo que es el mismo que tú has tomado y te felicito por ello.
Un antes y un después
Hace apenas 7 años que nació mi hija mayor. Se suele decir que el tiempo pasa muy rápido y que ‘parece que fue ayer cuando era un bebé’, pero yo no lo siento así. Siento que han pasado décadas, una vida entera. Y en cierto modo así es porque según nacía mi hija, renací yo también. Aquella que era hace 7 años no se parece mucho a la que soy ahora, ni probablemente tampoco a la que seré dentro de un tiempo.
Convertirme en madre hizo tambalear mi suelo tan fuerte que se rompieron todas mis certezas. Desnuda de todo aquello que creía ser, comencé un camino de búsqueda de mí misma. Comprendí que los años me habían echado encima capas y capas que no me pertenecían. Capas de miedos, de creencias, de certezas, de juicios y prejuicios, y descubrí que guardaba en mi interior mucha rabia soterrada. Rabia que trataba de salir de mí por cualquier resquicio que le dejaba. Rabia que hasta ese entonces me parecía algo normal.
¿De dónde venía esa rabia?
Me sentía como un lobo al acecho, como una leona de caza, preparada para enseñar los dientes y sacar las garras. Esto me llevó a hacer un ‘escaner emocional’ de mi vida y a entender que esa rabia venía de haberla reprimido durante mucho tiempo. Nunca había sido una persona que contara mis problemas a nadie, así que todo lo que me dolía, se quedaba ahí dentro.
En ese primer momento, apareció en mí la sensación de injusticia, de sentirme víctima de no saber gestionar mis emociones, pero esto volvía a ser una manera de desempoderarme. Lo que importaba no era qué me había llevado a tener esa rabia, sino qué podía hacer para solucionarlo. La crianza de mi hija fue la clave.
Definir los valores con los que quería criar y educar a mi hija me mostró una dolorosa realidad: lo lejos que yo estaba de muchos de esos valores en mi vida.
Mirar a los ojos a mi incoherencia me permitió tomar las riendas de mi vida y descubrir que la educación no iba, al contrario de lo que yo pensaba, de inculcar ciertos valores a los hijos, sino de integrarlos en mi misma para poder ser el modelo en el que ella se reflejara.
Esto me hizo asumir el 100% de responsabilidad de mi vida. Había llegado el momento de dejar de esperar que otros me solucionaran la vida, de quejarme por lo que no tenía sin hacer nada por tenerlo, de soñar por entretenerme.
Era la hora de salir a alumbrar aquellos sueños que tenía adormecidos en mi interior. Por mí, y por mi hija. Por mí porque me lo merecía, porque para eso venimos a este mundo. Por mi hija porque solo alumbrando mis sueños podía transmitirle a ella ese ejemplo y mostrarle el camino para alumbrar los suyos.
Era el momento de dejar de esperar que los demás cambiasen, incluida mi hija, y focalizar mi energía en transformarme yo. Comprendí, que alumbras más con tu ejemplo que con tus críticas o tus sermones, y que mi manera por tanto de contribuir a mejorar el mundo, comenzaba por mejorarme a mí misma.
¿Cómo lo conseguí?
En aquel momento me sentía perdida así que sentí la necesidad de dejarme inspirar por otras personas que ya habían pasado por el mismo proceso. Toda mi pasión lectora la volqué en libros de maternidad, crianza y crecimiento personal y poco a poco fui ampliando mi perspectiva, cambiando mis creencias, desactivando mis límites mentales y excusas… Para ello, cada noche veía además junto a Jose, mi pareja, algún vídeo que nos ayudase a despertar en estos temas. Comencé a formarme en educación respetuosa, en acompañamiento e inicié procesos de indagación personal. Me alineé con mis sueños y decidí ir a por ellos como forma de vida… el tiempo y todos pequeños cambios y decisiones que fui tomando, fueron colocando todo en su sitio, sanando lo que dolía…
Sé cómo se siente cuando quieres criar del mejor modo posible a tus hijos, y no logras llevarlo a cabo, o cuando quieres cuidarte pero te sobreviene el miedo de desatender a tus hijos. Nos merecemos una maternidad libre de culpas. Por eso he sintetizado todo aquello que a mí me ayudó en este proceso para poder llegar a GOZAR LA MATERNIDAD.
Estos tres libros que ahora te presento son mi manera de ayudarte a recorrer ese camino, de darte la mano para sortear los desafíos, de darte ánimos para saber que lo lograrás.
Día a día, momento a momento, tenemos en nuestras manos el poder de decidir cómo queremos hacer las cosas.
Decide hoy GOZAR LA MATERNIDAD, sigue profundizando en tu proceso de crecimiento personal acompañada por la trilogía.
Haz click aquí para comprarla